Tal vez no fueron los romanos los inventores del jabón, pero su creciente imperio fue el que comenzó a extender el uso y la producción del jabón en todo el mundo “civilizado” de Europa y parte de África.
Hacia el siglo VIII, era común la elaboración de jabón en Italia y en España.
En el siglo XIII se introdujo el jabón a Francia, donde el jabón se hacía normalmente con sebo de cabra y álcali (sosa) de la ceniza de haya. Durante los dos siglos posteriores, los franceses desarrollaron un método para hacer jabón a partir de aceite de oliva en lugar de grasa animal, produciendo así el llamado jabón de Castilla, un jabón mucho más suave que los que se conocían hasta el momento.
Los franceses hicieron al menos otras tres contribuciones claves al desarrollo de la elaboración del jabón. Fueron ellos quienes primero aprendieron a hacer jabón perfumado mediante infusiones de aceites florales. El término francés “enfleurage” designa un proceso que consta de varios pasos, en el cual se extiende la grasa sobre un tablón y luego se insertan las flores o las hierbas en la grasa, produciendo así la impregnación del aceite de fragancia natural de las flores en la grasa. Este proceso puede repetirse unas cuantas veces hasta conseguir la intensidad deseada de la fragancia.
La grasa perfumada puede utilizarse entonces en la elaboración de jabón perfumado, o bien tratarse (ser extraída en alcohol) para aislar los aceites florales y usarlos en perfumería.
Sin lugar a dudas, los franceses hubieran dominado el comercio del jabón en todo el mundo si no hubiera sido por dos razones. La primera de ellas es que los jabones “de lujo” (que en realidad era cualquier jabón destinado para uso personal) solían ser objeto de los impuestos reales, por lo que no eran asequibles a la gente del pueblo. La segunda y más importante, es que a mitades del siglo XIV el baño personal pasó a considerarse una actividad altamente peligrosa. En el año 1350, la plaga de la “Muerte Negra” fue pandémica. De origen desconocido, se creyó que este virus fatal procedía de unos vapores nocivos, más peligrosos durante la noche, y se pensaba que la gente a quien veían mojada con los baños era más propensa a contagiarse de ésta y de otras enfermedades. Aunque hoy en día sabemos que esta plaga se extiende a través de las pulgas que llevan las ratas, la vida cotidiana de aquel entonces en las ciudades europeas sufrió un cambio drástico.
El baño se convirtió en un evento que ocurría una vez al año en el mejor de los casos; las ventanas, sobre todo por la noche, nunca se dejaban abiertas. En general, la higiene personal se vio afectada porque se perseguía ocultar los olores con aromas, pañuelos perfumados, ramos de flores, hierbas y otras cosas por el estilo. Hay un documento de principios del siglo XVII sobre cuatro ladrones franceses que fueron sorprendidos robando los cuerpos de las víctimas de la plaga. La sentencia de muerte no llegó a ejecutarse, porque éstos revelaron que habían evitado la plaga utilizando una mezcla de hierbas de absenta, romero, salvia, hierbabuena, ruda, lavanda, cálamo, canela, nuez moscada y ajo, todo macerado en vinagre con un poco de alcanfor.
Por los siglos XVI y XVII la jabonería había tomado un gran desenvolvimiento en Génova y en Venecia, y esto hizo a Jean Baptiste Colbert (Ministro de Luis XIV en Francia) dar un nuevo empuje a la jabonería francesa, para lo cual hizo venir jaboneros de Italia, y los estableció primeramente en Toulon, concediéndoles privilegios, y después en Marsella; pero con la condición de no emplear otros aceites, que los del país, ni otros operarios que los franceses.
Luis XIV concedió al Sr. Rigat el monopolio de la fabricación del jabón para toda Francia; pero poco tiempo después el parlamento anuló esta concesión (1669).
A partir de este momento, la industria jabonera marchó a grandes pasos, a pesar de un sin número de dificultades con las que tuvo que luchar, tales como la obligación de cerrar las fábricas durante los meses de verano, de no poder emplear otros aceites que los de oliva, etc. En 1789 esta industria fue declarada libre. Por esa época Marsella poseía ya cuarenta y seis jaboneras, que elaboraban anualmente jabones por un total de 30 millones de francos de la época.
En las primeras colonias americanas, la mayoría del jabón se hacía en casa hirviendo la grasa animal derretida con la solución alcalina producida al tratar ceniza de madera dura con agua de lluvia. La ceniza de madera era una fuente común de sodio y especialmente de hidróxidos de potasio y de carbonos, todos ellos álcalis.
Durante las guerras del primer imperio, la jabonería, a diferencia de las otras industrias no hizo sino prosperar. La prohibición de la importación de jabones extranjeros aumentó el número de fábricas. La segunda contribución clave de los artesanos franceses a la industria del jabón , y a la vez el progreso más relevante, tuvo lugar en 1791, cuando el químico francés Nicolás Leblanc inventó un proceso para hacer ceniza de sosa, a partir de sal mediante una reacción electrolítica. Este nuevo álcali puro, que permitía la producción de una excelente pastilla de jabón, pronto pasó a ser bastante asequible, y no dependía de la disponibilidad de grandes bosques de madera.
Finalmente en 1823 el químico francés Michel Eugène Chevreul determinó la naturaleza química de las grasas y detalló la composición y el proceso de la elaboración del jabón. Esto dio lugar a la producción controlada y a gran escala de jabones suaves reproducibles, hechos a base de las grasas y los aceites disponibles en cada lugar.
Desde esta época data el empleo de los aceites de semillas en la elaboración de los jabones. En la actualidad se emplean toda clase de aceites para hacer jabón: de linaza, de cáñamo, de sésamo, de algodón, de coco, de palma, etc., etc. En esto es precisamente en que se distingue la jabonería actual a la del siglo antepasado, porque en ésta el aceite empleado era, con exclusión de todo otro, el de oliva y las grasas animales. Y con ello llegó también nuestra capacidad para hacer jabón mediante el proceso en frío.
referencia : Tratado Práctico de Jabonería y Perfumería, A. Larbalétrier, editorial Maxtor
referencia : Jabones Esenciales, Dr. Robert S. McDaniel, editorial Paidotribo
En la época actual casi todos los jabones que se comercializan son detergente más que jabón, y en los procesos industriales de fabricación se usan una gran cantidad de productos sintéticos: colorantes, aceites minerales, grasas animales, aromas artificiales y conservantes que son dañinos para la salud y pueden provocar alergias y afecciones en la piel. Múltiples investigaciones lo confirman.
Los jabones naturales elaborados mediante procesos artesanales en frío, producen unos auténticos jabones que resultan mucho más afines con el cuidado de la piel y además son respetuosos con el medio ambiente ya que son biodegradables.
Excelente post.
Todos los productos que le ha servido a la humanidad para su crecimiento y mejoramiento social es genial. Así pasa con este genial producto. Pienso que el jabón hay que utilizarlo bien, evolucionar y volver a dónde comenzamos pero para bien! El Jabon de Arcilla es sensacional, sirve para mejorar y aliviar temas de la piel como el acné, la piel extremadamente grasosa, etc. Gracias por tan buen artículo!
Súper interesante! Y muy resumida la historia, por que me imagino que ha de ser más extensa.
Tan hermosa la historia del jabón 🙂
Por fin se de donde sale lo del jabon de Marsella. Gracias por la historia
Gracias, Manuel. Estos franceses siempre han sido muy finos, pero la higiene se vuelve puro placer con los jabones de Carmen.
Abrazos.
T
¡Que bonito! contarnos la historia de su procedencia y elaboración hace más apreciable el producto y su utilización. Se disfruta viendolo y sintiéndo el aroma que emana propiedades de limpieza y casi sanación. La delicadeza de artesano que se intuye en vuestra elaboración lo hace aún más apreciable y nos incita a comparti con amigos y familiares este pequeño placer cotidiano.
Gracias